martes, 14 de junio de 2011

Los gatos de mi vecino, o la economía subvencionada



Su aspecto desvencijado, entre mendigo y demente -pelo cano, barba de varios días y gafas pasadas de moda-, precedía al sucio carrito de la compra del que iba tirando, a la vez que murmuraba imprecaciones ininteligibles. La astuta colonia de gatos se revolucionaba cuando uno de sus vigías divisaba su figura al cabo de la calle y olía su camisa de cuadros llena de lamparones. Todos sabían lo que significaba su venida. Del zarrapastroso carrito comenzaban a salir bolsas de plástico llenas de comida, probablemente mendigada en restaurantes chinos, o extraida de sus basureros, o quién sabe si cocinada por el pertinaz indigente; y los gatos, colocados a su alrededor en función de sus jerarquías gatunas, iban devorando estos dudosos manjares.

Así de lustrosos y orondos lucían estos mininos de mi vecina colonia gatuna, reproduciéndose como conejos. Y merodeando mis posesiones desde las tapias abandonadas de la finca colindante, cuando el celo se lo permitía. Mis esfuerzos para disuadir a este señor venido a menos de su autoimpuesta rutina -alegando los perjuicios que me causaba el gatuperio- cayeron en saco roto. Y como, por otro lado, la presencia de los felinos ahuyentaba ratas y otras alimañas, acabé por acostumbrarme a sus taciturnas apariciones; e incluso yo disfrutaba secretamente de las evoluciones con que se disputaban los puestos de privilegio en el improvisado comedor social gatuno.

Pero un mal día dejó de venir. Me di cuenta al observar la progresiva delgadez de los otrora rechonchos vecinos. Y ahora, al borde de la muerte pasean sus esqueléticas sombras, acechando la llegada improbable de su benefactor. Quizás el hombre enfermó, ingresara en un hospicio, o qué sé yo, pues no era tan avanzada su edad como para suponer su muerte. Lo que es claro es que los gatos, habituados a la sopa boba, habían olvidado sus antiguos hábitos de cazadores de alimañas y husmeadores de basura, volviéndose perezosos e indolentes. Y que el final de su economía subvencionada, llevó a estos haraganes, incapaces de reciclarse, al borde mismo de la muerte.

P.D.: El otro día me puse camisa de cuadros, cogí un antiguo carrito y me sorprendí a mí mismo mendigándole comida a un chino. Los pocos gatos que aún sobrevivían no notaron la diferencia... Qué vamos a hacerle, también así somos los humanos.
Bueno. Es la hora, me voy. Mis mininos me esperan.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una simpática parábola sobre el cómo viven todos esos titiriteros y afiliados sociatas que llevan años sin dar un palo al agua.
Antes no sabían hacer nada pero ahora ni siquiera son capaces de robar una tienda con pistola.

El Fugitivo dijo...

Javier TELLAGORRI:
Exacto: es el viejo proverbio:
Al hambriento no le des más de un pescado; enséñale a Pescar.
Saludos, caballero.

José Antonio del Pozo dijo...

Ostras, Fugit, pues asusta el panorama. Mola el sorprendente giro final.
Saludos blogueros

El Fugitivo dijo...

Sr. Del Pozo:
Es un placer saludarle.
Sí, los gatos de la foto parecen los hombres de Paco, unos mafias.
Gracias y hasta pronto